Un Sobresaliente Para Un Tío Fino
—¿En qué profe?
—Si superas la previa, yo te apruebo.
—¿En serio?
—Tú acuérdate de mí.
—Vale, vale.
Era abril de 1999. Tommy Robredo era uno de los tantos adolescentes que soñaban con ser profesional. Entonces, apenas tenía 16 años, y la organización del Barcelona Open Banc Sabadell le concedió una invitación para jugar la fase previa. Como cualquier chico de su edad, aún tenía que combinar sus entrenamientos como con las clases en el Centro de Alto Rendimiento (CAR).
Sin esperarlo uno de sus profesores —concretamente el de economía— se convirtió en uno de sus grandes seguidores. Era Emili Luque, un hombre que no dudó en cerrar un trato con un joven al que tenía un enorme aprecio, antes de afrontar su primera oportunidad de jugar un cuadro ATP Tour. “Me decía que era un tío fino, que era listo pero que no estaba nunca en clase”.
El sábado 10 de abril, antes de saltar a la pista en el Real Club de Tenis de Barcelona-1899, Robredo se encontró a su profesor, que le prometió que aprobaría siempre su asignatura, si conseguía superar la previa. En primera ronda, derrotó a Jordi Mas Rodríguez por 7-5, 6-3. Mientras tanto, una fuerte voz retumbaba en la grada: “¡Vamos, Tommy”. Era Emili.
Y Robredo hizo caso a su mentor. Tanto que también derribó a Ivan Ljubicic por 7-5, 1-6, 6-2 para sacar un billete para el cuadro principal. Y, como dictaba su deber, el lunes antes de jugar su primer partido ATP, tuvo que ir al colegio. “Ostras, el Robredo es un tío fino, ¿eh? Conmigo siempre estará aprobado”, presumía el profesor de su aplicado alumno en la pista.
—Tommy, ¿tienes entradas para esta tarde?
—Sí, te daré una para que vayas a verme.
—Si ganas hoy, tienes un 7.
—¡Ostras! ¿Un 7?
—Sí, sí.
—Hecho.
En una hora y 20 minutos, Roberdo desdibujó al italiano Davide Sanguinetti por 7-6(3), 6-1. Así había ganado su primera victoria ATP Tour y se había asegurado un 7 en economía. Y cuando, al día siguiente, le tocó volver a clase, su profesor no podía estar más orgulloso. “Me hacía la ola por los pasillos”, recuerda el español. “En segunda ronda me tocó Marat Safin y volvió a hablar conmigo”.
—Tommy, si ganas a Safin, conmigo tendrás un 10.—¿Un 10?
—Sí, un sobresaliente.
—Vale, vale.
Safin, que un año más tarde sería No. 1 del Ranking ATP, le endosó un set inicial de 1-6. Parecía que el joven Robredo no iba a cumplir su acuerdo previo con su profesor. Sin embargo, la historia dio un giro por completo cuando enlazó los dos siguientes parciales por 6-4, 6-4. Se había clasificado a los octavos de final del Trofeo Conde de Godó. Casi nada.
“Fue en la Pista 1, que es muy cerrada y enseguida se llena. Además, estaban mis amigos liándola en la grada. Pero recuerdo, especialmente, que con 5-4 en el tercer set mi madre, que estaba con mi tía y no habían parado de gritar, se desmayó por la tensión. Entre todos la taparon y estaba tan metido que me di cuenta pero seguí en el partido”, cuenta Robredo sobre la escena.
En ese ambiente de heroicidad, regresó al Real Club de Tenis de Barcelona-1899 para encarar la tercera ronda frente a Todd Martin. Esta vez, no tenía entradas para Emili.
—Mili, me sabe muy mal.—¿Por qué, Tommy?
—No tengo entradas para darte esta vez.
—No te preocupes.
—Lo siento, tengo demasiadas peticiones.
—No pasa nada, además, tengo que dar clase.
El catalán saltó a la pista en el primer turno frente al estadounidense No. 8 del mundo. Y, de repente, desde la grada volvió a retumbar una voz conocida: “¡Vamos, Tommy!”. A Robredo no le hizo falta girarse para reconocerlo. Su profesor estaba allí para animarle otro día más, pero esta vez no pudo repetir la hazaña y cedió por 3-6, 6-7(6).
Al lunes siguiente, cuando regresó al aula, su profesor lo estaba esperando para susurrarle un pequeño secreto. “Me agarró por banda y me dijo: Ven aquí, ven. No digas nada a nadie porque vine al cole, dije que me encontraba mal y me fui al Godó. Hablé con las chicas de la entrada, que ya sabían que era el profe de Tommy y me dejaron entrar”.
Años más tarde, Robredo y Luque se volvieron a encontrar. “Me inscribí en la UOC (Universidad Oberta de Catalunya) en un curso para mayores de 25 años y había una asignatura de matemáticas, así que lo llamé para que me ayudara”.
—Mili, que me pasa esto.—Ni te preocupes, mañana vengo al CAR.
“Aunque él ya no era profesor del CAR, venía y me daba la lección en la pizarra”, apunta Tommy con cariño sobre aquellas tardes de matemáticas.