Nicolás Jarry estaba predestinado a jugar al tenis, sólo faltaba que el destino dictara a qué nivel empuñaría la raqueta. Y el tiempo lo ha situado a la altura de los mejores jugadores del mundo. Tanto que su techo en el PIF ATP Rankings está fijado en el No. 18 que alcanzó el pasado mes de enero.
Son tan solo cuatro posiciones menos que la más alta que pudo alcanzar su abuelo Jaime Fillol, uno de los grandes pioneros del tenis en Chile, que se convirtió en el referente de su país en la década de los 70. Entonces, en marzo de 1974 llegó a ser el No. 14 del mundo.
Pero, más allá de ser un espejo en el que mirarse, ¿alguna vez han hablado de quién será el mejor de los dos? “No, nunca hemos hablado y nunca le he bromeado sobre eso”, se apresura a explicar Jarry a ATPTour.com. “No es algo que hemos hablado nunca. Ni sobre el ranking ni sobre resultados”.
Ni en tono de broma. El respeto del nieto por su abuelo le impediría tan solo insinuar algo así. “No, no, hay una parte tenística y otra humana”, señala sobre la relación con su abuelo. “Para mí él es mucho más un referente humano que tenístico y, aún así, en lo tenístico aún no llego”.
Y ese referente le ha servido para hacerse más fuerte como jugador con el paso de los años. La experiencia del más veterano ha sido un apoyo para el más joven, que atraviesa ahora un camino que ya han recorrido antes en casa.
“Mi abuelo me ha aportado una visión más experimentada, mucho más sabia de lo que es el tenis”, reconoce Jarry. “Al final, él ha pasado por mucho y cuando hablamos de tenis él tiene una visión mucho más abierta”.
Jaime Fillol se encargó de inculcarle a su nieto el gusanillo por el tenis. Lo hacía cuando practicaba con él, imaginaban estar jugando en los Grand Slam o viajaban juntos a esos grandes torneos.
“Bromeábamos que jugábamos indoor dentro de casa. Otras veces él decía: ‘Listo, vamos a jugar en Wimbledon’ y salíamos afuera al pasto, poníamos la red y jugábamos”, relata Jarry. “Después jugábamos al US Open, sacaba los autos de la entrada, poníamos la red en el asfalto y jugábamos ahí a tenis”.
Y cuando tuvo la oportunidad también lo acompañó a los escenarios en los que empezó a soñar poder jugar (de verdad) algún día. “No sé si son recuerdos o si tiene que ver con las imágenes que luego uno ve cuando es grande, pero sé que fui con él y lo acompañé con mi mamá al US Open cuando yo tenía seis años”, confiesa.
“Después ya tengo recuerdos más vívidos, más reales, cuando fui a Wimbledon con él un par de veces, por lo menos lo acompañaba, y al mismo tiempo él jugaba en seniors o leyendas. Iba con mi madre y lo veía”, continúa rememorando el chileno.
Sin embargo, es en tierra batida donde Jarry ha logrado construir la mayor parte del éxito de su carrera. En su palmarés reúne tres títulos, todos conquistados en arcilla: Bastad 2019, Santiago 2023 y Ginebra 2023. También cuenta con tres finales más en Sao Paulo 2018, Ginebra 2019 y Buenos Aires 2024.
“Además de ser la superficie que me es más común o natural, en Chile sólo hay pistas de arcilla”, aclara sobre su relación favorable con el manto rojizo. “Creo que me hecho muy fuerte mentalmente y también físicamente, para aguantar los peloteos largos y para jugar bien los puntos importantes, que se requiere”.
Ahora, a sus 28 años, es padre de dos hijos y, quién sabe, si el legado tenístico de su familia está asegurado. “Creo que es inevitable que a mis niños le guste el tenis, viéndome y acompañándome en el circuito desde que nacieron, pero nunca los voy a motivar a que hagan nada, iré viendo qué es lo que más le llama la atención. Les apoyaré en el camino que ellos quieran hacer”. El tiempo dirá.