
Tras llevar al Paris Saint Germain hasta la primera Champions League de su historia, Luis Enrique, entrenador español del conjunto parisino, se quedó sorprendido por cómo habían gestionado la presión sus jugadores, en especial los más jovenes como es el caso de Désiré Doué (19 años), y que luego sería elegido como el mejor jugador de la final contra el Inter de Milán.
Doué, como Lamine Yamal (estrella del Barcelona, de 17 años) o el propio Carlos Alcaraz (de 22) comparten generación, pero también algo más: son deportistas desacomplejados ante la presión, descarados cuando las cosas se ponen tensas, sin miedo al precipicio.
“La verdad es que me siento identificado”, reconoció Alcaraz. “Al final, es verdad que nosotros quizás podamos sentir más presión durante más tiempo en un partido, o a lo largo de un torneo. Siempre he dicho que en esos momentos de presión es donde se ve a los grandes deportistas: cómo se gestiona todo eso marca la diferencia entre un grandísimo atleta o uno bueno”, añadió el No. 2 del PIF ATP Rankings. “Yo siempre me repito a mí mismo que en esos momentos hay que dar un plus, hay que dar algo más, hay que ir a por ello y no hay que tener miedo. Por eso, me siento identificado con lo que dijo Luis Enrique. Yo también vi el partido y esa final fue algo increíble para algunos jugadores”.
Alcaraz se enfrenta este martes a Tommy Paul (4-2 en su serie Lexus ATP Head2Head) por el pase a semifinales de Roland Garros con la tranquilidad de estar dando pasos al frente en una tarea que se marcó el año pasado después de conquistar por primera vez la Copa de los Mosqueteros: ganar partidos jugando mal, sabiendo sufrir, apretando los dientes cuando el brillo se apaga.
“Estamos aprendiendo de ello”, reconoció el español, orgulloso. “Al final una de las cosas que me gustaría también mejorar es el tema de la consistencia, eso es obvio. Estamos manteniendo un nivel alto durante mucho tiempo, estamos aprendiendo a buscar soluciones cuando las cosas no salen del todo bien, en lugar de enfadarnos y no pensar”, subrayó. “Es algo que hemos ido aprendiendo con el tiempo. Tengo 22 años, y ya era hora de madurar un poco también”, añadió entre risas.
También es algo habitual en esta generación de jóvenes talentos: empezaron a tener éxito tan rápido, en edades tan tempranas, que el camino por recorrer, a nivel de mejoría, es prácticamente infinito.